Recientes:

Secuestro: "Nunca me doble dice el Jefe Diego"...acostumbrado solo a pandearse

A siete años de recobrar su libertad, el controvertido panista Diego Fernández de Cevallos sostiene que, además de su fe, varias ideas fueron clave para resistir su cautiverio, como no contar cuántos días van de infierno, si­no contar que cada día que pasa es un día menos para la libertad.

Y sentencia: “Esto cambia toda tu relación con tus secuestradores”.

El tormento al cual fue sometido por sus plagiarios no cesó durante los siete meses y 10 días que permaneció con ellos, ni siquiera la víspera de su liberación tras el pago del rescate.

–Si sale usted con vida, lo vamos a tener que afeitar –le dijo al barbado político el que parecía ser el jefe de sus captores.

Fernández de Cevallos le acababa de decir al criminal que las demandas habían sido satisfechas y ahora no sólo se negaban a devolverle su libertad, sino que querían humillarlo, despojándolo de su barba.

“Su familia ya pagó, los curas ya entregaron el dinero. Esa era una condición indispensable, pero insuficiente. Usted ha sido condenado a muerte y vamos a ejecutarlo esta madrugada”, sentenció el sujeto.

–Ya es de madrugada, no perdamos tiempo –le respondió el panista.

–No es de madrugada, son las 11:45.

–¿Y qué son para mí 15 minutos? Para qué pierde su tiempo.

–… Si usted apela su sentencia de muerte podemos reconsiderarlo.


Fernández de Cevallos recuerda que guardó silencio. Estaba desnudo, con una venda en los ojos. Dentro de un hoyo de apenas 80 centímetros de amplitud –“una tumba”–, las hormigas caminaban sobre sus piernas. Frente a él estaban sus captores, detrás de barrotes de acero.

–¿Va usted a apelar, sí o no?
–¡No!

–¿No va a apelar?

–Por supuesto que no. Esta no es una sentencia. Usted tiene dos caminos: Si mi familia pagaba, me liberaban. Cumpla su palabra o me asesina, pero no hay apelación alguna. Ustedes me detuvieron en montón y como cobardes a la mala, no ha habido ningún juicio. No puedo aceptar ninguna sentencia.
–Es que usted no coopera –le devolvió su interlocutor.

–No me importa, usted tiene un compromiso conmigo: cumple su palabra o me asesina, no hay negocio.

–Con que usted diga algo para ponerlo a consideración de los superiores.

Un diálogo insólito

Resuelto, Fernández de Cevallos se despojó de la venda de los ojos –“Si me iban a asesinar, qué más daba”–, y pidió papel y lápiz para escribir algo dirigido a la que, según los secuestradores, era su organización.

“Red para la Transformación global: Seguiré luchando toda mi vida por los valores en los que creo, como son la verdad, la ley y justicia”, escribió, y lo repitió en voz alta.

Otro sujeto que estaba en cuclillas, le hizo una señal al que parecía el jefe, diciéndole que no aceptara, mientras recibía la hoja. “Ya veremos, lo vamos a presentar a la superioridad. Pero sí le digo: si usted sale de aquí con vida, lo vamos a tener que afeitar”.

–¡Por ningún motivo me toca las barbas!

–Además orgulloso y soberbio

–Ni orgullo ni soberbia: las barbas no están en la negociación. Ya le dije a usted hace rato: cumpla su palabra o asesíneme.


–¿No preferirá que le cortemos un dedo?

–¡Tómelo!

–Le puedo tomar la palabra.

–¡No me tome la palaba, tome el dedo!

“Usted no coopera”, sentenció otra vez el sujeto, quien amenazó: “Dentro de 15 minutos van a venir por usted y va a ver lo que le espera”.

Sin la venda en los ojos, Fenández de Cevallos dice que este diálogo fue videograbado por una cámara, que tendría que estar en manos de las autoridades si los autores de su secuestro son los encabezados por el chileno Raúl Escobar Poblete, Comandante Emilio, capturado el 30 de mayo del año pasado en San Miguel de Allende, Guanajuato.

En entrevista con Proceso, Fernández de Cevallos habla del desenlace del diálogo con el jefe de sus captores, que resultó insólito:

“Todo esto está grabado –dice–. Si realmente detuvieron a estos pájaros, el gobierno debe tener la grabación para lo que yo estoy contando algún día pueda salir”, dice el litigante panista.

Y agrega: “Quiero decirle que yo a usted lo admiro mucho. 

Usted a mí me merece mucho respeto.

–¿Le puedo responder? –dijo Fernández de Cevallos a su interlocutor.

–Sí, claro.

–Busque a la Virgen, la Virgen es refugio de los pecadores. 
Yo soy pecador y le puedo asegurar que la Virgen no le fallará.

–Sin palabras –le devolvió el sujeto, mientras el panista estiró la mano entre las rejas para tocar la suya y despedirse.


Evoca: “Se dobló a la hora que yo le dije que buscara a la Virgen. Después vino un tormento brutal”.

Próxima la Navidad, el 20 de diciembre de 2010, Fernández de Cevallos fue liberado tras su secuestro de mayo, un acontecimiento que cimbró el gobierno de Felipe Calderón, quien jamás encontró a los criminales.

En junio de ese año, los Misteriosos desaparecedoresemitieron un comunicado mordaz para dar a conocer que no se había reducido el monto del rescate y que no existía comunicación telefónica alguna “entre el archiduque de Escobedo y su familia”, refiriéndose al panista que tiene uno de sus tantos ranchos en ese municipio de Querétaro, y diciendo que el gobierno no tenía pistas del caso.

“Mientras tanto, a más de dos meses de su desaparición, al Jefe Diego le ha dado por confiarnos algunas de sus cuitas, de sus negocios, así como de sus amores y desamores –personales y políticos–, aunque luego, y ya casi postrado por la depre en su nueva, forzada y recóndita curul, le ha dado por exclamar imparable y angustiosamente Diego, David, Claudia, Rodrigo, Liliana. ¿Están ahí? Seguiremos informando.”

Pero Fernández de Cevallos asegura que nunca se dobló y que siempre enfrentó a sus captores.

“¡No tuvieron a un hombre cobarde, tuvieron una fiera herida, un hombre que todo el tiempo los confrontó, sin miramientos y sin contemplaciones!”.

“No me diga que miento”

Desde el principio, en los interrogatorios, Fernández de Cevallos les dijo a sus captores que no mentiría: “A la primera mentira que yo diga, máteme. No me diga que miento, máteme”.

Le decían que era dueño, por ejemplo, de una mina de diamantes en Brasil y él decía que era falso. “Mátenme y no pida 100 millones de dólares, pida 2 mil millones. ¡No se abarate!”


En una ocasión, le dijeron que su familia lo había abandonado y que lo matarían para secuestrar a su hijo Diego o a su amigo Antonio Lozano Gracia. “Y el segundo golpe no hay familia que lo aguante”.

Su respuesta fue: “Tengo tres hijos más para lo que haga falta”.

El entrevistado habla de sus dubitaciones, de cómo soportó su cautiverio, de su inquebrantable fe.

–¿Qué otra idea fundamental tuvo? –se le pregunta.

–Para mí, Dios, por supuesto, pero me sirvió mucho decirle a mis secuestradores: “Miren, recuerdo aquel general romano que después de muchas guerras ganadas, de muchas medallas en el pecho cayó en desgracia y fue condenado a muerte. Cuando iba a su ejecución les dijo a sus verdugos: ‘Yo he sido un hombre de suerte, toda una vida de gloria y un momento para morir’”. ¡A mí nunca, nunca, me miraron cobarde!

En cautiverio creó una oración: “En esta prisión atroz, con la muerte agazapada, si están la virgen y Dios, con el amor de ellos dos, a mí no me falta nada”. Y escribió, en una pared, su epitafio: “Aquí yace aquel barbón, con diamantes y billetes, llegó muy pobre al panteón, por negociar con ojetes”.

–¿Y cuál es ahora su epitafio?

–No, no he pensado en mi epitafio –responde, pero ya tiene definido el lugar de su descanso eterno: En la capilla de la Hacienda La Barranca, en Jerécuaro, Guanajuato.

“Hay un pequeño orificio, abajo del altar, de este tamaño, 20 por 20, para mis cenizas, y no necesito cajitas ni bolsitas ni nada. Si aparece mi cuerpo, que dejen las cenizas. Es todo lo que ansío.”


Casi seguro de que los detenidos son sus secuestradores –“creo que con todos los datos que dan de estos criminales, sí son”–, sigue litigando para reponerse del pago del secuestro, cuyo monto no quiere revelar.

–¿Pero ya terminó?

–En esas ando. Porque hay otra cosa que no se sabe. Te secuestran y piden 1 millón, o 10 o mil. ¿Qué sigue para ti y para tu familia? Se tienen el dinero en la mano, lo pagan y ya lo perdieron. Y si no lo tienen, lo piden prestado hay que pagar un interés y además al fisco.

“Entonces el costo de un secuestro es el monto de lo que entregas, los intereses que te cobra el banco y después los impuestos que tienen que pagar. Esa es la verdad.”