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Testimonio de Halcón: Les presentamos al peon en el tablero del Crimen Organizado

Halcón es como se le dice al morro que juega, por ejemplo, maquinitas mientras avisa a la raza pesada qué pedo con el tráfico de milicos y/o federales alrededor de donde están. 

Dentro de la jerarquía del narco hay quienes trabajan de manera independiente, por lo que necesitan a alguien que vigile los caminos por donde transitará el negocio.

Testimonio:

El Halcón se ondeaba porque el pedo de ser ‘halcón’ se había devaluado. O sea: ser ‘halcón’ era ser el eslabón más pinche bajo de la cadena de la mafia. 

Entonces el bato se agüitaba, como si fuera un acomplejado de clase. 

A él le decían Halcón porque el pájaro ese esta fregón, pues: ve más allá de lo que los demás animalejos ven. 

Era músico, como ustedes sabrán. Cantaba y sus rolas eran así como que de ver cosas más cabronas que la demás gente no ve. 

Puro corrido machín. El pedo, sin embargo, era que el bato no veía tanto como creía. 

El bato se clavaba en tonterías; para empezar, era bien pinche celoso, y lo que su vieja consideraba normal —salir con compitas a chupar, por ejemplo— el güey lo veía como un pedo barbaro. 

El bato bien empericado y sobre todo cristalón se ondeaba. Y aún ondeado el bato se aguantaba y no cagaba el palo nunca; sabía que era su loquera la que lo ondeaba, pero siempre esperaba descubrir un engaño. 

Su vieja acostumbraba a salir con su mejor amigo, el de él; un bato que también era músico —no voy a decir quién—, pero era un músico que invitaba a la vieja a chelear y a partysear y a jujujú y jajajá, aprovechando que el Halcón se la pasaba de gira. 


En lo personal, no creo que metian juntos, pues para mí que el compita ese —el amigo— era joto. 

El Halcón no tenía de qué preocuparse, pero aún así cada que se iba de gira el bato no dejaba de marcar un shingo de veces al radio de la ruca, a su celular. 

Luego el Halcón agarraba morritas —siempre agarraba morritas— y entonces dejaba de marcar. 

Al amanecer siempre era lo mismo: el Halcón se sentía del nabo y regresaba a donde tenía su morra con un sentimiento de culpa. 

Ese pedo, el mugre sentimiento de culpa, era aprovechado por la vieja, al grado que la vio pelada: siguió saliendo con ese güey. 

No sé si siquiera se besaron, pero se la pasaban juntos, más que suficiente para que el otro cabrón se imaginara mamada y media. 

¿Era un amor platónico? 


Sepa. Finalmente el Halcón se hartó de ese pedo y en una loquera que le duró tres días llegó con un bat a su cantón; vio a su vieja y a su compa en la sala, quienes miraban películas, y terminó golpeando al bato bien bastardamente. 

El batito-compa huyó, pero le quedó el ardor.  La vieja se ondeó y pidió el divorcio: lo dejó. 

Entonces el Halcón decidió no hacerla de pedo y se dedicó a su carrera, o sea a agarrar morritas bien buenas y seguir la fiesta. 

En el fondo el bato, creo, se seguía sintiendo culpable y, aunque no volvió a buscar a la vieja, seguro siempre la tuvo en mente. 

Cuando lo agarraron meses después en el yate ese, con la raza del cártel, se pandeó, pero no porque estuviera a punto de ser procesado, sino porque pensaba que la había cagado con su morra al dejarse agarrar con la plebe esa, la misma que su vieja decía le cagaba. 

Cuando salió del bote (no le habían fincado cargos) ni hizo nada. 


Mendigo Halcón: poco después lo mataron, que dizque por malandro. 

El bato todo gordo, todo chistoso. A quienes lo ejecutaron les valió chetos que cantaba coonmadres; sí, le perdonaron la tortura, pues nomás lo balacearon. 

Su ruca aquella ni se apareció en el funeral.”

El halcón es el eslabón con que el crimen organizado accede al espacio público para pretender imponer un régimen de control local. 

A pesar de que generalmente el halcón es la figura de menor jerarquía en la mafia mexicana, su existencia es el vínculo entre los ámbitos público y privado de la ilegalidad. 

El halcón, cual forma rudimentaria de panóptico, garantiza el control espacial de los cárteles sobre un territorio definido. 


Esta red cumple con los tres criterios que Michel Foucault plantea en torno al capitalismo vigilante: es barato y discreto, extiende su intensidad en cuanto es desplazable a manera viral y, por último, consolida un aparato organizado de ejercicio cuasi militar de movilización territorial.

Aún así, esta figura es el peón que es cobrado en ejecuciones por células opositoras y detenciones por el Estado. 

Debido a que el halcón es ojo y testigo, y por eso cualquier persona sin experiencia criminal o policial puede cumplir dicha función, es fácilmente reemplazable.